Mi padre no se pudo aguantar y empezó a hablar entonces de Luca, un italiano lleno de tatuajes al que yo había conocido en un festival de música. Estuve unos cinco meses con él, y cada día que hablaba con mi padre me preguntaba si se me había pasado la tontería y lo había dejado ya.
El italiano tatuado siempre salía cada cierto tiempo en alguna conversación, y aquel era el día perfecto para ello. «Además de tener mala pinta, era un capullo», empezó diciendo, para acabar confesando que llegó a ofrecerle dinero para que rompiera conmigo. Digno de Steve Martin en El padre de la novia.
Mi mirada y mi cara de enfado descomunal hicieron que mi tía Mari interrumpiera la conversación para contarle al mundo una gran revelación. La ex de su hijo Rodrigo le tiraba los trastos a su marido. Rodri se puso rojo cual tomate y no volvió a articular palabra en toda la comida. Aquello afectó demasiado a su ego.



















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