La verdad sobre las actrices porno

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Por este mismo motivo, necesito (Ne-ce-si-to) que mis citas sepan de antemano a qué me dedico. Esto me hace descartar a cualquier persona conocida de forma aleatoria, y afianza mis tácticas de ligoteo a través de internet, con amigos de amigos y en general, gente de ambientes feministas o poliamorosos. No me gusta perder el tiempo, así que me he vuelto extremadamente exigente a la hora de quedar con desconocidos.

Toda esta situación también tiene sus cosas buenas. La mejor de todas es que, como para poder relacionarse conmigo de forma saludable la gente de mi entorno pasa por una criba minuciosa, al final todo el mundo con el que me junto tiene ideas como mínimo liberales. Léase feministas. Léase pro sex.

Y eso hace que me sienta tremendamente orgullosa de tener un grupito reducido de personas que merecen mucho pero que mucho la pena. Mejor calidad que cantidad.

Siempre que me preguntan en una entrevista qué es lo peor de dedicarme a la pornografía, contesto lo mismo: lo peor de ser actriz porno es cómo la sociedad concibe el trabajo sexual.

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